Conserve en un lugar fresco y seco

Siento la humedad que se pega en las paredes de la vida,
se empeña en corromper, de los cuadros a las sillas.
Y los espejos, y sus reflejos, que quedan distorsionados.
Menos mal que tenemos la memoria y que los párpados funcionan.

Empeñadas en descifrar porque estamos como estamos,
esas voces rebotan en mis sienes, en el cuarto y los inundan, 
ondean y decoran este breve espacio-tiempo...
se llevan hasta el diálogo de mi estrella favorita de radio.

Menos mal que aun nos queda la evasión y el cine mudo,
y tenemos un afuera y un adentro en nuestro mundo.
Y que anoche nos sobraron dos pitillos y el alcohol,
para echar todo lo malo al cenicero del salón.

Usaré tus enredaderas para subirme ahí bien alto,
y regaré mi valentía con las lágrimas que callo.
Que la gris descortesía no dispare pajaritos,
que esos ya a mi ni me importaban, no lucen en el museo.
Lo mejor de todo esto: lo haré sin montar un cuadro.

Para ver las cosas buenas, ya tengo yo mis lentillas.
Me las guardo a las doce cuando dan las buenas noches.
Y después por la mañana, prisioneras porque quieren,
no se juegan el reproche pasajero a todo o nada.

Si te empeñas en quedarte en el umbral del caserón,
en coger jabón y escoba y en borrarme así el lienzo,
yo me pongo mis dos lentes y me hacen verlo claro:
cada forma, cada curva del objeto alejado...

Allí es donde gritas todo lo que no dices tan claro,
y almacenas, como el trigo, la confianza que me robas.
El lugar del que no vuelves, esa línea, una frontera
donde quiero que te quedes por ahora... y yo aquí sola

Consérvelo en su lugar, que sea fresco y seco.
Pero mire con la lupa que caduca en el reverso.

No se vaya a poner usted malo, a estas alturas y sin contrato.






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