Cuéntame otro cuento, que estaré durmiendo

Me han contado tantas veces que el mar de las estrellas era de plata y que en las perras viejas latía un corazón de oro, que en todo este tiempo, en toda esta angustia, en toda esta espera… lo había creído. Me han mareado, me han tosido en la cara y me han soportado, pero a medias. Siempre a medias. Yo, esa ilusa que nunca muere en lo más profundo, llegué a creérmelo del todo.


Me dijeron que el cariño se regalaba en cuencos de marfil y que la esperanza se guardaba en la nevera, para que no muriera. Pero era de cristal, y un día de estos tontos, me estalló en las manos. Mojada de pies a tiesto y con las palmas ensangrentadas miré perdida a todas partes, buscando al Cuentacuentos, y solo puede verme en el espejo. Pase la página del cuento, llorando, y seguí creyendo.


Siempre me han tranquilizado, me han dicho que si se me escapa el corazón de ‘esas manos que tienes tan torpes’ el mar lo devolvería, lo llevaría a otro puerto y un nuevo marinero paciente lo pondría en mi pecho. Y ahora que lleva tanto tiempo perdido, solo puedo creer que el pirata lo ha robado, y que cobarde de mi, nunca tendré el valor de demandarlo. Lo que va, no siempre vuelve, Sr. Cuentacuentos.


También se han aventurado a asegurarme que el que quiere algo lucha por conseguirlo, que las derrotas no son guerras perdidas, que las miradas no se las lleva el viento. Pero no me conocían a mi, huésped de la habitación 000 en este hotel de carretera. Veo los coches pasar. Oigo los pasos, vuestros besos en el umbral. Pero yo aquí sigo, amarrada a las cuatro patas de la cama, con la mirada tan, tan olvidada.


El Cuentacuentos, ante esto, me dice que la vida es bella, que amanece y anochece como el día, y que debemos aprovechar cada hora que hay. Pero yo vivo del revés, cuando nadie me ve, asomo la cabeza al hoyo y vomito toda mi frustración. Paso las noche con los ojos como platos, aullando desde alguna remota colina solitaria, donde nadie me puede escuchar. Y durante el día, mi alma agotada descansa, sin un paso más que dar. Pero se conformaba con estar, seguir creyendo, sin fuerzas para más.


Y a base de creer como una ciega en el Cuentacuentos y que la vida me enseñe a base de hechos otras historias, que no tienen nada que ver, tengo el mar como testigo de mis desencuentros, de mis frustraciones, de todos los dolores no correspondidos. De darte cuenta que ni él es un tonto, ni tu eres un lápiz, que más bien la vida es del revés. Siempre del revés. Y mientras piensas en que no quieres hundirte en la arena, más en el fondo te encuentras. No siempre tienen tu paciencia.


Darte cuenta de que los cuentos, son siempre cuentos, los cuente quien los cuente: falsos. Y taparle la boca, y no escuchar más como una idiota. Y poner la mente en blanco, y resetear tu fe a diario. Y tener las fuerzas de romper el lápiz y coger al tonto para escribir su propio cuento. Con un poquito de suerte, puede que haya hasta un final, aunque no sea feliz.

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