El anillo que no encajaba

Inspirada por el gran Bucay (suena muy... muy.... pero para mi lo es, por la capacidad que ha tenido de 'ayudarme' de algún modo) tengo el atrevimiento de contaros un cuento:

El anillo que no encajaba

Nunca olvidaré el día en que lo vi. Me llevaron a esa recóndita tienda, en ese recóndito lugar, con la promesa de que algo me iba a comprar. No se equivocaron. Cuando observé un mostrador inmenso, repleto de anillos, los ojos se me iluminaron. Sin duda, ese tipo de anillos era lo que tanto tiempo estaba buscando. Había tantos, decenas, cientos... ¡miles! que no sabías donde mirar ni por donde empezar... tantos estilos, tantos colores... ¡Estaba abrumada!

Pero no necesité más que un golpe de vista para darme cuenta del que quería. Ahí estaba. Tan inclasificable. Tan fascinante. Tan especial. No podías decir de que color era: se movía unísonamente a la luz proyectada, adoptaba su velocidad. Sin embargo, cuando ningún rayo se posaba sobre él era gris como el cemento, tan normal... Me sentí identificada con él y casi quedé hipnotizada... ni siquiera miré el precio, porque para mi, ese anillo ya tenía su valor. Así que lo compré.

Cual fuese mi sorpresa que a las horas de adquirirlo descubrí su problema: era incombinable. Porque a mi me encanta ponerme varios anillos a la vez, me fascina la composición que pueda llegar a crear en mis manos. Como un anillo aporta la belleza, el brillo, el color o el volumen que le falta a su compañero. Pero ese nuevo anillo... ese nuevo anillo no encajaba en ninguna combinación: según la luz era armónico o no. Pero claro, era tan cambiante...

El otro problema era el tamaño. Ante la emoción y la fascinación del momento de la compra no había caído en si acoplaba en mi mano o no. Y es que siempre tenemos una mano más grande que otra. Al quedarme holgado en el anular de mi mano izquierda lo intentaba encajar en el índice: pero no entraba. El instinto me llevaba a buscar un dedo lo suficientemente delgado y lo inexcesivamente grueso para encajarlo... y ahí estaba el anular de mi mano derecha. Pero el anillo quedaba excesivamente holgado. Desesperada removí todos los anillos de mis manos. Intentaría encajar mi perfecto nuevo complemento y después crearía mi composición basándome en su posición. Pero el proceso siempre era el mismo: del anular izquierdo al índice y de la mano izquierda al anular de la de derecha... era la lógica. Lo intentaba constantemente, a diferentes horas del día... y el resultado siempre era el mismo... y me desesperaba... ¿Cómo podía ser que con tres tamaños diferentes mi precioso anillo no encajara? Olvidé el resto de mis anillos y me obsesioné tanto con el tema...

Hasta que un día, al terminar de lavarme las manos, instintivamente me puse el anillo. Y encajó a la perfección y a la primera. Notaba su suave contorno, sin presión pero al mismo tiempo se aferraba a mi dedo tanto como yo me había aferrado a su magia las últimas semanas. Miré al espejo confundida... todo este tiempo había pensado que mi mano izquierda era mi derecha y que mi derecha era mi izquierda... y el problema no estaba en el anillo, estaba en mi obsesión porque encajara.



Muchas veces en la vida no empeñamos en que algo encaje, y lo forzamos... cuando realmente lo que tenemos que encajar es nuestra forma de pensar. Muchas veces pensamos que 'esa' es la persona correcta en un sentido, cuando puede serlo en otro. Muchas veces pensamos que 'eso' es lo que tenemos que hacer o que conseguir, cuando hay tantas otras cosas que podemos hacer y conseguir para sentirnos plenos y felices. Muchas veces sabemos que el anillo encaja en el índice de la mano izquierda... pero no sabemos cuál es nuestra mano izquierda.


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