La cara de la verdad
Me temblaron las piernas, cuando giré la última esquina del
laberinto, cuando vi la cara de la verdad. Era inexpresiva, no tenía color, era
una pared blanca llena de reproches garabateados entre grietas. Y no me escuchó.
Durante cuatro horas le pedí gentilmente que me dejase pasar. Pero la verdad, no
me escuchó.
Entonces decidí gritarle enfurecida, le di patadas,
puñetazos. Solo conseguí hacerme daño, porque la verdad es dura, la verdad es
impasible, la verdad no escucha. Ella sólo me recordó lo niña que era con mis
pataletas, y me castigó apagando las luces de la vida durante varias semanas.
Luego de eso, sólo el canto de un pájaro en un amanecer
desolador. Con mis lágrimas habían crecido flores rojas, que sólo hacían que
adornar la tétrica escena. Entonces me puse en pie, me soné los mocos, y pensé
que si quería pasar por esa puerta debía cambiar. Debía de hacer caso a la
verdad, y seguir sus sabios consejos.
Pero estaba sola, en un laberinto lleno de ecos. Estaba
rodeada de muros, altos como la torre de una princesa. Muros que me protegían
de lo que había fuera, pero al mismo tiempo, no me dejaban correr libre hacia
cualquier dirección. Y estaba la verdad, que no me dejaba avanzar hacia lo
deseaba: que ambas fuésemos felices.
Entonces recordé el momento en el
que decidí dar el primer paso en el laberinto. Sabía que no estaba lista, lo sabía.
Pero parecía un juego divertido, parecía un lugar seguro en el que guarecerse
de toda la mierda que había fuera... Parecía un camino acogedor hasta llegar al
centro, hasta llegar al objetivo.
Pensando en eso caí en la cuenta de
que cambiar entre cientos de muros era retroceder, y desandar el camino
recorrido. Me di cuenta de que la verdad no quería dejarme avanzar, sino dejarme
ir, aunque ella no lo supiese. Sabía perfectamente que iba a ser duro, porque pasaría por los mejores momentos de mi vida.
Pero saldría, sería libre, y podría
cambiar.
Dejaría el laberinto desocupado,
para alguien preparado para ser feliz. Y yo tendría un bosque entero para
tropezarme una y otra vez, y que no naciese del suelo una puerta que impidiese
seguir mi camino cuando eso ocurriese. Por lo visto la verdad no te hace libre
del todo, sino que te ayuda a tomar el primer paso hacia el camino correcto.
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