Reflexión sobre la resignación y el anhelo de un humano como yo
Algunos días necesito una taza de café, o una buena ostia
en la cara. Lo peor de esos días es la sensación de consciencia de todo y la
poca voluntad para no hacer nada. Sabes que hay cosas que cambiar, que hacer.
Que aunque has puesto los tics verdes en algunos ítems de la lista, aun hay
otros pendientes. Y esa lista, esos regalos de navidad que nos pre-auto-hacemos
el uno de enero, siguen existiendo en la dimensión de la tinta y el papel,
perpetuos y estáticos, al menos para alguien como nosotros. Existen también en
nuestra imaginación, en nuestros sueños y anhelos. En parte, ese también es el
regalo: unos segundos de abstracción diarios donde nos vemos realizados, sin
esfuerzo, y que son la morfina que entra dulce por la guía. Ese licor que huele
tan dulce, pero que al pegar un trago de realidad nos sabe tan amargo.
En cierto modo, estamos
acostumbrados a que nos hierva la garganta, a tener sed, a ver las películas
como sujetos pasivos y no como actores, a disfrutar con un cómodo almuerzo de
microondas. Es por ello que en cierto modo, nos resignamos.
La resignación es ese licor dulce y
amargo. Es tan placentero ver la vida pasar, y al mismo tiempo, ya nos duele la
espalda de estar en la misma posición tanto tiempo. Es tan agradable bajar de
un barco después de un mar picado, y es poner los pies en la tierra, y darte cuenta
de que el océano es para los peces, no para ti. Bueno, en cierto modo somos humanos,
incompletos por definición. El anhelo es aquello que hace que nuestras vidas
cobren una forma y un sentido, que nos hace querer algo que no tenemos. Y el
anhelo, nos pega pellizcos de manera constante tal y como funciona el segundero
de un reloj: sigue dándonos toques monótonamente, aun cuando estamos en
letargo, aun cuando dormimos. Su ritmo únicamente se ve interrumpido del mismo
modo que lo hace la pila con la que funcionamos, porque no es verdad que una
vez que conseguimos algo nos conformamos; una décima de segundo después, ya
estamos asomando el cuello por la ventana para ver que más podemos alcanzar con
nuestra vista.
Me duele estar ahora en el linde de
esa ventana. La parte dulce: me enorgullece saber que hay tantas cosas arriba
de mi cogote, en el desván, donde todos esos logros apilados me esperan para
visitarlos cuando quiera, contemplarlos, recordarlos y aun, poder disfrutarlos.
También es agradable resignarse un rato, y mirar desde aquí todas esas cuentas
pendientes de ahí abajo, que corretean entre los álamos esperando a que yo
salte desde aquí y los atrape. Están tan cerca, tan en el frente, a solo una
reacción del sistema nervioso. Ahora está en letargo viviendo la parte dulce y amarga de la resignación y el anhelo, esperando ese café o esa ostia para volverme una loca con ganas de seguir hacia delante. Cuando llegue ese momento saltaré al
vacío sin preocuparme por el dolor de la caída.
Comentarios
Publicar un comentario