El cuerdo equilibrista

Cuando te apetece quitarte las piedras que cargas en la espalda, porque estás tan cansado, porque ni un minuto descansas. Cuando ligero y sin peso te sientes vacío por dentro, y vuelves a ello, a ello de nuevo. No existen los equilibrios en esta vida de perros, pero tampoco es que yo sea equilibrista. Sin estar un día en las nubes y al otro encerrado en baúles, chocado con el mundo de esas risas, matándome por dentro esperando así, del único modo que sé, deprisa.

Vuelves la vista al rincón de esa sonrisa, la gran carcajada que dio el cuerdo equilibrista.

Y de tus sueños nacen sentimientos cojos, que no quieren leer ya más de dos líneas. Y en tus lágrimas se escuchan melodías, acordes simples que cruzan pasos de cebra en rojo. Y en las calles encuentras miradas perdidas, tristes, vacías. Es cuando sientes que hay tanta gente diferente, es cuando deseas correr lentamente. Y descuidarlo todo al menos por unos segundos, cometiendo la mayor locura de esta sesuda parida de vida que es la del día a día.

Vuelves de nuevo a la puta encrucijada, y no escuchas el sonido sordo de la última calada.

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